Arts & Culture

¡Me voy a Europa!

Sandra Hernández

Luego de haber sido aceptada por la Organización Vive México para hacer un voluntariado en Alemania, preparé mis cosas: bolsa de dormir, botas, ropa de trabajo, lámpara y artículos básicos de supervivencia. Tenía tres meses para preparar el viaje de mis sueños.

Los meses anteriores, había ahorrado para un viaje con causa, no pasear por pasear sino ir a un lugar donde dejara algo de mí en esa comunidad, pero como siempre, no disponía de mucho dinero, el boleto de avión era lo más costoso, por recomendación de un amigo de años, conocí a un piloto de Aeroméxico que me vendió un boleto con destino final a Madrid, España con un significativo descuento.

Saqué mis ahorros e hice el depósito, antes de eso había sabido de otras personas que habían ido a Europa y que él mismo les había vendido un boleto, sin problema, habían ido y regresado.

—Vaya, ¡qué suerte tienes! —, me dije.

Luego de eso, esperé mi boleto, esperé, esperé y… esperé.

Pasaron dos meses de estar todos los días pidiéndole mi boleto, entre llamadas y mensajes de WhatsApp, algunas veces desesperada le decía que me regresara el dinero, pero siempre contestaba que estaba en trámite.

Un trámite que nunca vi, un boleto que nunca recibí.

Faltaban dos semanas para comenzar mi voluntariado. Tenía que estar en la estación “Osterode am Harz Leege” a las 5:45 pm el 23 de septiembre y yo sólo tenía mis ilusiones de poder viajar y ayudar a realizar el proyecto que me motivaba tanto.

Mis amigas me decían, “Es una señal para que no te vayas” pero yo me aferraba más a querer hacerlo.

Por las noches mi mente divagaba intentando buscarle solución a esto, además de haber perdido ese dinero era un “cómo me pudo pasar eso a mí”, “cómo hay personas que pueden hacer eso”.

Y coraje agregado cuando abría los estados de WhatsApp y en ellas, Alejandro, el piloto, compartía imágenes de Dios y frases sobre la religión católica. ¡Descaro aparte!

Esa situación me estaba desgastando tanto al punto de pensar que mis amigas tenían razón, tal vez me iba a pasar algo allá y desilusionada decía… “por algo pasan las cosas”.

Pero luego me di cuenta que no era yo, no podía dejar un sueño tan fácil, a la primera caída. No, no y mil veces no.

Usé una carta que me abstenía a usar, la Organización me había enviado una carta dirigida a empresas e Instituciones solicitando apoyo económico o en especie para poder hacer trabajo social en mi estancia por Alemania.

Expresé mi necesidad a lo que tuve una respuesta muy positiva. 5 días antes de mi partida ¡compré mi boleto de avión a Frankfurt, Alemania! Era el paso más importante para este viaje.

Me había concentrado tanto en lo que había pasado anteriormente que olvidé revisar rutas cuando llegara al aeropuerto, cambios de moneda, clima y todo lo que conlleva un viaje a otro continente.

Estaba tan necesitada de subirme a ese avión y con un poco de miedo de que fuera a pasar algo que evitara llegar al lugar citado en Alemania.

¿Qué pasó?

Un día antes de mi vuelo, el 19 de septiembre a las 13 horas y 14 minutos se registró un temblor en nuestro país con una magnitud de 7,1 que azotó la zona central de México.

Por lo cual, las aerolíneas se vieron en la necesidad de cancelar vuelos. Revisé el estado del mío y al parecer no había demoras o cancelaciones.

Mi primer vuelo fue de Guadalajara a Ciudad de México, al llegar ahí, había cientos de personas tratando de localizar a su familia, todos hacían llamadas y a todos se les alcanzaba a escuchar el “¿pero estás bien?”, “¿cómo fue?”, “¿Dónde estabas cuando pasó el terremoto?”, con voz quebrantada.

Seguí mi trayecto.

El avión ya iba directo a Alemania, de Cuba salí a las 10:20 de la noche y llegaba a Alemania al día siguiente a las 2:25 de la tarde, a la terminal 1. Habían pasado 5 horas del vuelo, mismo que había estado durmiendo, desperté aún media dormida, caminé entre los pasillo y entré al baño, me lavé la cara y me di cuenta que volaba a una velocidad de 800 kilómetros por hora con una dirección a lo desconocido.

El miedo se hizo presente, quise decirle al piloto que me bajara porque quería regresar a casa, como cuando te subes a un juego mecánico en la feria de tu pueblo y pides que lo paren porque quieres bajar.

Me di consuelo pensando que llegando al aeropuerto iba a comprar un boleto de regreso. Já, como si en verdad lo fuera a hacer.

Llegué, salí del aeropuerto y busqué un hotel para descansar pues aún me quedaban algunas horas para viajar en tren y llegar al pueblo de Osterode Am Harz, lugar donde sería mi campamento el sábado siguiente.

Era jueves y luego de buscar las tarifas más bajas en los hoteles, entré a uno, ya iban a dar las 7 de la tarde. En México era medio día.

Tomé una foto de la calle y la compartí en mis redes sociales, un amigo al que ya tenía poco contacto con él, respondió mi historia, con un “Ánimo”.

Y sí, eso me dio ánimos. Al día siguiente continué mi recorrido, 120 euros por un viaje en tren de 3 horas. Vaya, Europa sí es caro.

Osterode es un pequeño, muy pequeño pueblo. Llegué hasta la estación citada y ahora sólo tenía que esperar un día para que vinieran por mí. Caminé dos cuadras, las calles se miraban solas y no dejaba de observar sus coloridas y detalladas casas de muchas ventanas.

A lo lejos miré una jovencita y me apresuré a alcanzarla.

—Disculpa, ¿un hotel cerca?

—Aquí no tenemos hoteles—, Me dijo sin hacer un mínimo esfuerzo por socializar.

Y ella continuó su paso.

Genial Sandra, y ahora ¿dónde vas a pasar la noche?

No había comido nada en todo el día y sólo se me antojaba una sopa caliente, unas enchiladas verdes o algo, algo que fuera comida casera.

Nuevamente le alcancé su paso, era la única persona en la calle.

Le comencé a platicar lo que estaba haciendo ahí y que sólo necesitaba un lugar para estar 24 horas, que no había dormido bien y que necesitaba descansar. Luego de una conversación de 15 minutos, logré persuadir.

—Aquí no hay hoteles, pero te puedes quedar en mi casa, sólo vivimos dos hermanas, un hermano y mis papás.

Le dije que si no había molestia y con seguridad dijo que no había problema.

Caminamos hacia su casa y se ofreció a ayudarme con mi mochila. Al llegar a su casa, me quité los zapatos para entrar y su papá me presentó a la familia.

Su mamá me preguntó si necesitaba lavar mi ropa y le contesté que apenas había llegado de México y que todo estaba limpio.

Puso cara de descontento, después supe que no entendía Inglés y que sólo hablaba árabe.

Sí, ¡eran una familia Siria!

Debido a los conflictos de su país, habían salido de Siria en busca de nuevas oportunidades y mejor calidad de vida. Eran extranjeros igual que yo, tal vez por eso el trato que tuve fue tremendamente grato.

Platicamos de mi viaje a Alemania, se esmeraron en comprenderme y trataron de localizar a un mexicano que estaba ahí para que me tradujera pero no tuvieron éxito.

Salimos a conocer el pueblo y sus alrededores, durante el viaje ponían canciones muy alegres, fuimos al supermercado y compramos helado, frituras y bebidas.

En casa prepararon un banquete y postre. Todos me sonreían y la pequeña niña de 2 años corría a abrazarme. En ningún momento me pidieron alguna identificación, varias veces les repetí mi nombre pues les dificulta pronunciar. El nombre de ellos… ni me lo pregunten ¡Son tan difíciles!

Me mostraron la habitación y fui a dormir, tal vez fue mi cansancio, pero no se volvió a escuchar ningún grito hasta el día siguiente.

Era sábado y la jovencita junto a su hermano tenían que ir a clases, me invitaron y fui a su escuela, había una exposición y ellos me presentaban a todos sus amigos.

No dejaban de decir que era de México y que me estaba quedando en su casa. Ya casi era hora de iniciar mi campamento y ya me sentía parte de esa familia.

En la comida platicamos de sus culturas, de mi religión católica y de su religión musulmana, no pretendíamos convencer al otro cuál era la mejor, sólo compartimos nuestras costumbres y el señor me enseñó el Corán, me habló de Mahoma y realizó sus oraciones del día:

Colocó un tapete en el centro de la sala, se hincó e hizo reverencia como signo de gracias.

Continuamos nuestra conversación y querían saber todo de México, les mostré algunos de los reportajes que he hecho. Mismos que aún siguen viendo en YouTube.

A la hora de salir, se ofrecieron a llevarme a la estación de tren donde un grupo de voluntarios pasaron por mí. El papá tomó un másbaha, algo asi como un rosario musulmán, y me lo obsequio para que me protegiera durante mi estancia por esos lados.

Me dio a entender que es un objeto muy valioso, que tal vez para mí no guarde significado, pero para ellos denota protección y que querían que lo conservara.

Aún lo tengo.

Al llegar al campamento, abrí la puerta y escuché una voz femenina que me dijo:

-Bienvenida Sandra, te estábamos esperando.

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